Juan Pablo Hernández, un sueño sobre el tatami
Juan Pablo Hernández es un antioqueño que a sus 24 años es una de las joyas del judo en Colombia y el continente. Su pasión por este deporte inició desde muy pequeño, “mi primer deporte fue el judo gracias a mis papás que me lo inculcaron. Mi mamá ha estado más presente en mi carrera que mi papá, ella ama el judo. Desde el principio mis papás tenían claro que querían que me dedicara a un deporte, pero no uno convencional como el fútbol o el baloncesto. Les gustaba la pelea, y por ahí encontraron el karate, pero el judo fue lo que los atrapó”, así inicia a hablar de este deporte Juan Pablo, al momento de contar cómo llega al judo.
Desde los 4 años de edad él ya empezaba a entrenar sobre el tatami, aunque al principio fue más recreativo que otra cosa “cuando comencé a competir me di cuenta que era bueno y con eso me terminé de enamorar del judo”. Cuando inició este sueño, Juan Pablo no contaba con todos los implementos adecuados para practicar este deporte “Duré un año yendo a entrenamientos con ropa deportiva y no con el judogi que es el traje oficial. Recuerdo que mi primer traje competitivo me lo regaló mi papá”.
El primer entrenador que tuvo Juan Pablo en el Judo fue un amigo de su papá “Yo empecé en el club jukican con el profesor Luis Eduardo Ochoa que es muy reconocido en Antioquia y Colombia por ser el único antioqueño que ha ido a unos juegos olímpicos en esta disciplina”. Desde muy temprana edad mostró cualidades que lo podían destacar a nivel nacional “En ese entonces mi entrenador vio en mí potencial y me ayudó a crecer y a mejorar. Además, en el colegio donde estaba había clases de judo lo cual me ayudó a tener más ritmo”.
En sus primeras competencias tanto a nivel nacional como internacional tenía que desafiar contrincantes mayores que él ya que las categorías comienzan desde los 11 años y el apenas tenía nueve, pero poco le importó, “Yo le peleaba a mi entrenador para que me pusiera a competir y en un torneo departamental logramos entrar siendo yo la excepción con nueve años. Y eso ha sido una constante en mi vida que cuando veo alguien más grande que yo me pongo ese reto. En ese año me gané el torneo, le gané a un niño de 13 años que venía de ser campeón panamericano”.
Desde muy pequeño su nivel ha dado de qué hablar en el mundo del judo y en su primer torneo internacional lo ratificó. “En mi primer sudamericano me jugó mucha la ansiedad, pero todos los combates los gané en menos de un minuto y en la final enfrenté a un brasilero y gané. En los panamericanos que eran al día siguiente llegué a la final y perdí ante otro brasilero”.
Como Juan Pablo hay otros judocas de su edad que, en la actualidad, buscan poner este deporte en el radar de los colombianos para futuras generaciones, “en mi generación ya hemos hecho historia, hemos ganado cosas que antes no se habían conseguido. En categorías sub 18 ya tenemos campeonatos mundiales, pero en nuestro país somos muy pocos los competidores que pelean los primeros lugares internacionalmente en las categorías mayores. Sin embargo, con mi generación se ve bastante futuro”.
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Hace tres años que Juan Pablo está en la categoría de mayores lo que se ha convertido en un verdadero reto para él. “he notado que en las mayores ya no hay tanto recurso técnico, pero son más tácticos e inteligentes y muy físicos. Eso me ha costado sobre todo cuando peleo con gente de mucha más experiencia”.
En esta disciplina es cierto que es uno contra uno, pero en realidad en una batalla hay más de un rival al que se debe vencer, “en el combate uno lucha con el rival y con la propia mente porque es muy agotador, son peleas muy duras que el cuerpo muchas veces dice que no quiere más y es ahí donde debes tener la concentración al máximo para ganarle a eso”.
Juan Pablo Hernández sigue entrenando todos los días en el complejo deportivo Atanasio Girardot en Medellín; lucha, día a día, por darle visibilidad con su talento a este deporte del que poco se habla. Ir a unos juegos olímpicos a representar a su país, es una de las motivaciones para este joven que un día se paró en un tatami y jamás volvió a bajarse de allí.